EED-9000 De Antonio Castañeda

¡Hola a Tod@s!

Presentamos detalles de la exposición EED-9000, por parte del artista Antonio Castañeda, en la Galería Libertad de la Ciudad de Querétaro.

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La intuición y la ciencia sugieren que el universo es un entramado de portales. En casi cualquier programa de divulgación nos recuerdan que somos parte de un cosmos lleno de pasajes y agujeros de gusano. Aunque no seamos astrónomos, muchos compartimos esta imagen del espacio horadado por túneles, embudos y pasadizos. En este imaginario los portales aparecen como espacios de flujo y áreas propicias a la transformación, umbrales en donde las energías más sutiles se potencian y la consciencia puede desprenderse del cuerpo para acceder a otros planos de la realidad.

Teóricamente es sencillo aceptar esta noción del cosmos; sin embargo, la mayoría de nosotros sobrevivimos anclados a formas estáticas de todo aquello que nos reafirma como individuos, como si al hacernos “adultos” el espíritu madurase hasta alcanzar un punto fijo y definitivo. Esta falacia se debilita en las inmediaciones de cualquier portal, el cual aparece como una invitación al viaje y al conocimiento de nosotros mismos. En el portal más emblemático de Occidente (en el pronaos del Oráculo de Delfos) ya podía leerse: Conócete a ti mismo.

Ahora bien: ¿Cómo despegar del suelo?

Hace cien años Marcel Duchamp confesó estar cansado del arte “retiniano”, ese arte que solamente se complacía deleitando pupilas. Su apuesta artística le restó preeminencia al elemento estético y puso el acento sobre el concepto y el discurso. Paradójicamente la propuesta Duchampiana acabó diluyéndose en una estela de retóricas que —ocultas en el brillo de sus propios delirios conceptuales— multiplican ocurrencias y artículos de moda. La ironía de Duchamp se gastó hasta convertirse en una pose, en otra forma del estatus quo.

Para adentrarse en el trabajo de Antonio Castañeda sugiero tener presente el antecedente Duchampiano, pero —antes que a cualquier teoría— atender a la materia. Observar a detalle los blancos y los reflejos de la luz. Reconocernos como organismos sintientes y dejar de lado nuestras mañas y herramientas analíticas. Poco a poco, confiados en este proceso, será posible percibir la potencia simbólica de estos trabajos, su carácter de esfinge.

De la suma de los elementos (de los detalles en el raspado, las veladuras, las figuras, etc.) proviene una polisemia que despoja al hermeneuta de sus bagajes teóricos y lo orilla a reconocerse —en primer lugar— como un ser sensible. Sin esta desnudez es imposible iniciar el viaje. El minimalismo aparece como un puente entre la obra y el alma del espectador; es resultado de una precisión expresiva en donde convergen las geometrías y ciertos principios gnósticos universales.

Sin embargo estos trabajos —antes que cualquier otra cosa—son paisajes. Paisajes como los que pintaban en el siglo XIX Monet, Sisley o Pissarro; o más recientemente Malévich y Anselm Kiefer. Solo que en los lienzos de Castañeda el paisaje también está alimentado por las fantasías de fuga que nos ha brindado el cine y la estética espacial. Al igual que el portal, el paisaje es una naturaleza dinámica. Circula y se transforma. Cada perspectiva (cada espectador que llega ante estos trabajos) ilumina un camino distinto y hace girar el mecanismo en nuevas direcciones.

Tal como sucedía a los viajeros que llegaban hasta las escaleras del templo de Apolo en Delfos, a quien llega aquí le vendría bien dejar de lado sus expectativas, suspender sus inercias irónicas y sus afinidades estéticas y —simplemente— empezar a observar. Aquí terminan las palabras; se trata de la vieja historia de siempre: la historia del hombre ante el paisaje. La invitación a emprender un viaje que se repite, se repite y se repite… y que jamás cesará de transformarse.

José Manuel Velasco

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